Puso su oreja ahí, en su pecho, se recostó y se abandonó a la paz, de ese sonido mágico, y de ese silencio. El día había sido por demás largo, y tener que resolver este tipo de situaciones no era necesariamente su fuerte.
Tarde, pensaba, que tarde llegamos a este punto, y sin embargo, mas vale tarde que nunca. Y mientras escuchaba ese repetirse de su respiración, ese latido que la llevaba a otros lugares, a otros sitios donde su paz interior eran tan lejanos, recordó aquel sonido del palpitar de sus bebes cuando estuvieron allí guardadas en su vientre en aquel ayer ya tan lejano.
Cerro los ojos, quería perderse en el sonido, abandonarse a esa paz que te dan los latidos, su ritmo, sus pausas, su repetirse constante, certeramente, incansables. Quería que la imaginación le permitiría irse a acurrucar allí donde era a salvo, a salvo de las penas, de los dolores, de las distancias.
Cerro los ojos y decidió abandonarse al sueño, al bosque de su imaginación, al sonido mágico del corazón que tenia, que era suyo y al que no podría corresponder nunca en la misma medida, pero al que le debía esta paz interior, este poder descansar, este silencio, esta noche, este sueño, esta vida, estas hijas, este hogar. Llegó finalmente el sueño, y se abandonó a lo que si podía ser allí en el mundo irreal de la imaginación, y se quedo finalmente dormida. El se dió la vuelta y la sacó de su pecho, y el acompasado latir de su corazón la abandonó una vez mas, como lo hacia todas las noches.
Y se fue a navegar en el mundo de los sueños donde todo era posible, donde todo se podía alcanzar.
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