La verdad, ese concepto intangible que tantas veces se nos escapa, a cierta edad, no hay manera de evadirla.
En la mañana la sientes cuando te vas a levantar y hay un dolor ligero en alguna coyuntura o en la espalda, pero te dices que seguro fue la yoga del día anterior, o la carrera, o la montada en bicicleta y huyes a otros lugares donde la edad pueda ser disimulada.
Luego la encuentras en el espejo, mirándote con ojos tristes, o quizás solo sean cansados, porque a pesar de haber dormido, parece que no descansaste lo suficiente, y es que la cama nos molesta, o tomamos café tarde y nos mantuvo despiertos de más, o igual anoche te volvió a dar ese insomnio perenne que te persigue desde que llegaste a los 40s. Cuando te lavas los dientes ves esas nuevas arrugas, y comienzas a aprenderte de memoria las que ya estaban allí y que de pronto parecen más marcadas, o más profundas. Serás un mapa, piensas, mientras examinas tu piel con nuevos surcos y caminos.
La verdad luego nos hace saber que la memoria ya no nos funciona y de repente entras y sales del cuarto sin saber a qué ibas o porque llegaste a tu buró, pero al encontrar algo que nos distrajo, el objetivo inicial desaparece para reaparecer al bajar las escaleras y volver a recordar a que ibas, -los lentes! Te dices en voz baja pero con algo de impaciencia, y regresas de nuevo a la recámara para descubrir que no fue ahí donde los dejaste.
La verdad es que la edad nos persigue recordándonos que las cosas cambian, que perdemos habilidades, que aparecen nuevas dolencias, que perdemos masa muscular, que se nos mancha la piel, que perdemos flexibilidad, equilibrio, rapidez, energía, en fin, sin manera de evadirla nos grita una y mil veces de toda clase de formas que estamos envejeciendo.
Cuando cumplí 50 años, pensé que era el parte aguas, aunque ese haya sido en realidad antes, quizás desde los inicios de mis 40s, pero es ese número inverosímil parecía decirme dice que ya había comenzado esa cuenta regresiva.
Se acerca el fin de este año, y dos meses y 25 días más llegaré a los 60. Tal como lo había predicho cuando me confesé que no volvería a mi país sino hasta que fuese una viejecita de 60, estaré aquí, en mi país, con mi familia inicial, sin mi mamá porque ella se despidió de nosotros desde hace casi una década, pero con las hermanas más chicas y si tengo algo de suerte también con mis hijas y mi papá que no nos abandona todavía. Y no, no he vuelto, pero al menos hoy paso más tiempo de visita en mi país, donde todo es distinto, aunque siga siendo familiar.
Me pregunto cuantos años más tendré que encontrar a la verdad mirándome al espejo, recordándome que las mentiras que nos dijimos de jovenes nos sirven para sobrevivir las verdades que elegimos vivir.
Quizás uno de estos años de verdad me toca regresar para siempre y para nunca jamás.
