Para los que se van, y para los que nos quedamos… leía
acerca de una despedida y pensaba como es que uno de viejo comienza a hablar
con sus muertos.
El proceso del envejecimiento, ojala que pudiéramos
decir que a todos nos parece natural. La cosa esta en que el cuerpo nos va
abandonando mucho mas pronto de lo que nuestro cerebro lo hace, al menos para
algunos de nosotros, esa parece ser la condición de los que entramos en el otoño
de nuestras vidas. Uno piensa como joven, y cree que es todavía capaz de muchas
cosas, solo que de pronto la imagen reflejada en el cristal del vagón del tren
en que viajamos, resulta no ser la misma que uno recuerda.
Hoy que tengo en mano un par de referencias de lo
que mi madre escribía, me parece tan adecuado anotarlo aquí:
“a veces sabes que estas en el lago y todavía
alcanzas, con la punta de tus pies, el fondo; pero otras veces decides que no
quieres hacer el esfuerzo porque: no me apura, no estoy de humor, y además,
puedo flotar”
Y flotando llega uno hasta donde llega, acompañados
del amor que nos profesan quienes nos han amado, porque estoy convencida de que
es ese el motor que nos mantiene con deseos de seguir intentando, de seguir
creciendo, o como dijo mi madre de seguir flotando.
Imagino que así fue, que un día nos metimos a ese
lago, o a ese mar, y decidimos despegar los pies de la arena, nadar o flotar, y
la aventura comenzó para nosotros. Y por fortuna, gracias a que nuestros padres
nos dieron fuerza, aprendimos a flotar para no perecer hundiéndonos.
Llegaremos a esa otra orilla, de una u otra forma.
Por lo pronto, yo me decido a seguir nadando, después
de flotar por un lapso para tomar un respiro, para pensar.
Descubro que tengo muchas fuerzas todavía, y que
tengo muchas ganas de seguir esa luz del faro que me dice hacia donde queda la
otra orilla.
La vida es un proceso, hay que disfrutarlo, hay que
aprender a vivirlo sin perder de vista que el objetivo no era llegar sino saber
hacerlo.