Atardecerá, en la vida nos llega ese tiempo...
ayer me miraba las manos de mi otoño primaveral. Quien diría que eso es posible. Apenas llegó al número 57 en un par de meses, pero eso ya me suena a vejez.
Ya no me importan mucho mis canas ni mis arrugas, la piel pierde elasticidad, y las manos se van haciendo más huesudas. Es como ver atardecer en Grecia. Es lindo y tibio y nostálgico.
Llevo mis recuerdos que van y vienen como esas olas tranquilas que besan la paya. Los abro, los releo, los re visito y los vuelvo a guardar. Algunos cambian en su ir y venir, un poquito como para hacerme la memoria más llevadera, o quizás porque nuestro cerebro es engañoso y nos deja sólo ver lo que nos gustó más.
Así es la vida. Uno llega al otoño andando despacio y entra primero como si fuera el principio de el otro ciclo, el de la vida, primavera de mi otoño que me deja florecer en los recuerdos, que me trae lluvia de mentiras creídas y de venenos mortales de amor que me mataron y me hicieron re nacer. Ya pronto llegará el verano con sus soles inmensos y sus visitas al mar, para remojarse en la alegría del amor que a pesar de los pesares trae frutos en montones. Y así, poco a poco llegará finalmente el verdadero otoño de mi otoño, cuando comience a olvidar recuerdos que se desprendan de mis cabellos como esas hojas secas que al marchitarse se abandonan al viento para finalmente desaparecer en las calles grises del invierno que llegará convertido en un manto blanco.
Por lo pronto miro el atardecer de mis memorias, las dejo que me besen los pies desnudos en su vaivén singular.
Espero encontrar tus recuerdos uno de estos días, y sonreírle al tiempo que nos permitió soñar.
