Miró el reloj, no podía creer haber dormido
tanto, últimamente se despertaba muy temprano, sin razón de ser, pero hoy le
habían dado las ocho y media y ella seguía durmiendo placenteramente en su
cama.
Recordó sin saber porque los días de invierno
en su casa de infancia, una de tantas, sus padres parecían gitanos, y las casas
de infancia eran varias en sus recuerdos. Recordó esas mañanas frías sin
calefacción en que te levantas a fuerza de la cama porque todo esta helado, el
piso, los muebles, el aire.
Cuando era niña nunca imagino que viviría tan
lejos de los suyos.
Pensó en su madre, pensó en los fines de
semana, pensó en que los sábados y los domingos eran de trabajo en casa
temprano, de ir al mercado, de hacer la limpieza. Hoy no era el fin de semana,
sin embargo no había labores, era el final del año.
Que distinto era el destino que le había
tocado, que distintos los caminos caminados. Quien era esa mujer que la miraba
desde el otro lado del espejo cada mañana cuando se vestía, cuando se arreglaba
para ir a trabajar.
Se miro las manos, ahí había muchas líneas,
misterios no descifrados, secretos quizás, quien pudiera adivinarlos.
Era el ultimo día del año, y a pesar de ser
una de esas fechas en que el mundo entero se prepara para celebrar, ella no
sentía ni tenia la prisa del resto del mundo por arreglarse y salir a festejar.
Finalmente se había entregado a sus
decisiones, sin quejas, sin llantos, sin nada por reclamar.
Uno llega a ese sitio, cuando aprende que no
hay nada mas bello en la vida que la vida misma, no hay necesidad de llevar la
cuenta, de hacer reclamos, de llorar pasados no vividos.
Esta es la verdad mas grande a que se había
enfrentado finalmente, sus decisiones, sus consecuencias, con sus virtudes y
sus defectos, por primera vez en tantos años de andar encontraba paz,
tranquilidad, se sentía plena.
Sonrió... abrió la regadera y dejo que la
lluvia tibia de su baño le envolviera, soy feliz, dijo para si, soy feliz...
